Psicóticamente bien

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sábado, 10 de abril de 2010

Cuentos de hadas y demás

Tengo una tía que me llama muchas veces por teléfono. Es de esos familiares que recordás siempre por sus pellizcones desfigurantes en los cachetes y los besos recargados de rush de la infancia. Mi tía, desde que tengo uso de razón, me llama invariablemente para mi cumpleaños o para decirme qué es lo que tengo que escribir. Es lo más parecido a un agente literario:

—Carolina, no seas pava —me dice—, escribite un Harry Potter o un Código Da Vinci, que te vas a llenar de plata.

En su más íntima convicción, en su fantasía sobre el mundo de la escritura, mi tía piensa que yo no me hago rica escribiendo porque prefiero estar al pedo. Para ella el camino del éxito es una línea recta de sacrificios que desemboca en un premio, trabajar sólo para triunfar.

La idea de sacrificio es inherente a mi familia, todavía recuerdo cuando les conté a mis padres que no me iba a dedicar ni a la medicina ni a la abogacía; con los rostros desfigurados, sentados en el borde del sillón, preguntaron a coro:

—¡¿Cómo que querés seguir fotografía?!

A veces parece que la actividad artística sólo se justifica si con eso hacés plata. De lo contrario, sos un bohemio, que es un eufemismo delicado para decir “vaga de mierda”.

Estas cosas me han hecho sentir siempre a la escritura como un refugio. Escribir no es rentable si no hago un Harry Potter que le dé de comer a mis hijas y las mande al colegio.

Esa visión es contagiosa, y la literatura suele quedar como un recreo mientras uno trabajaba de otras cosas: vender pollitos en la Peatonal, hacer voces para dibujitos animados, enchufar avisos publicitarios para revistas monocromáticas, hacer prensa para empresas.

Hacía eso pensando que en cualquier momento iba a venir un hada para golpearme un ojo con su varita mágica.

Pasaron varios años hasta que comprendí que es al pedo forzar algunas pasiones para que sean rentables, y hoy, por suerte, ya sé que es peligroso apostar sólo a las soluciones encantadas. Una amiga me lo confirmó la semana pasada: en Estados Unidos, cuando convocan a reuniones empresariales, se avisa que no es para escuchar cuentos de hadas, sino casos reales.

Parece un dato boludo, pero eso me ha sacado muchísimas presiones. Internet, otro ámbito en el que me muevo con frecuencia, es para muchos todavía una fantasía peligrosa.

La voz de mi tía se hace eco en todos los que me dicen:
—Vos seguí una carrera que te guste, y que sea un título, como Dios manda.

Ya no me interesa explicar que lo que quiero seguir es otra cosa, que esto no me desagrada, pero no me gusta en el punto de que no es lo que quiero ser, y voy a estar renegada hasta poder seguir lo que realmente quiero.

Un ejemplo claro del peligro de los cuentos de hadas es Facebook: a mí no me sirve de nada saber que el joven más rico sobre la faz de la tierra es el flaco que lo inventó. Digo, vos leés en todos lados la historia de este joven emprendedor que empezó en un garaje con una computadorita pedorra y que tuvo la idea genial de juntar los blogs, los chats, Youtube y las páginas de fotos en una licuadora y servirlo todo revuelto en un mismo sitio, para que lo compartieras con tus amistades.

Pero creer que los pasos que siguió este muchacho es un procedimiento que garantiza algo, es como pensar que jugando a la quiniela vamos a pagar el alquiler todos los meses; una alternativa falsa que sólo sirve para soñar a la siesta.

La idea que yo tenía de éxito ha cambiado mucho desde que me planté frente a mis padres para avisarles que me iba a dedicar a pisotearles los sueños de mi'ja es periodista, vió! y hacerme un corte loco y poco casual en el pelo y hacerme la rebelde way para escribir pavadas que nadie ve ni piensa leer.

Pienso seguido también en los modelos que se nos imponen.. en la autora de Harry Potter que tiene no sé cuántas habitaciones en la casa, en las piernas de Messi, en ponerse tetas para conseguir protagónicos en el mundo del espectáculo.

La idea de una solución fácil y rápida, la del cuento de hadas, es lo más práctico para justificar la falta de voluntad.

Estuve peleando conmigo y mis ideas, pero por suerte, eso ya no me angustia. Habiéndome quitado la presión de tener que parir un Harry Potter o un Código Da Vinci, mis escrituras empezaron a fluir con sencillez, con gracia, y se terminará cuando deba y voy a ser feliz lo mismo, sea un golazo de Messi o no. Que no las publique, no significa que no escriba en mi vida fuera de esta vida cibernética.. es decir, la otra vida, vida real.

No sirve ponerse el éxito como meta. Stephen King dice que la única fórmula para escribir una novela es hacerlo palabra por palabra. Creo que lo mismo se aplica a cualquier tarea: paso a paso, sin dejar de disfrutar.

1 comentario:

  1. Car tenes razon y comparto tu idea :)[paso a paso, sin dejar de disfrutar].

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